Evolución

Las propias fortificaciones
romanas, los castrum, iban de simples obras provisionales levantadas sobre
el terreno por los ejércitos en campaña, hasta construcciones permanentes en
piedra, como el Muro de Adriano en Inglaterra o los Limes en
Alemania. Los fuertes romanos se construían con planta rectangular y torreones
con esquinas redondeadas. El arquitecto romano Marco Vitrubio fue el
primero en señalar la triple ventaja de las torres redondas: más eficiente uso
de la piedra, una mejor defensa contra los arietes (al trabajar la
muralla a compresión) y mejor campo de tiro. Hasta el siglo XIII estas ventajas no
se redescubrieron en la Europa del norte, llevadas desde la España musulmana,
que mantuvo la tradición desde mucho antes.
Primeros Castillos

Aunque los castillos proliferaron durante la Edad
Media, el castillo no sólo cumplía funciones puramente castrenses, sino que servía
también de residencia a los señores de la nobleza y a los propios reyes,
llegando con el tiempo a ser un auténtico palacio fortificado. Si bien podía
estar enclavado en los núcleos urbanos, lo común es que se situase en lugares
estratégicos, normalmente en puntos elevados y próximos a un curso de agua para
su abastecimiento, desde donde pudiera organizarse la propia defensa y la de
las villas que de él dependían.
A partir del siglo XVI, con el ocaso del feudalismo y
la consolidación de las monarquías absolutistas, la nobleza propietaria de los
castillos los fue abandonando a cambio de mansiones palaciegas en la corte. Por
este motivo, y porque quedaron obsoletos en su función militar, los castillos
perdieron todo interés y decayeron hasta la actual ruina de la mayor parte de
todos ellos.
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